Un profesor mexicano en tierras persas Teherán, Shiraz, Persepolis, Pasargadae y Esfahan LuisMarentes | ||
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Nací en la Ciudad de México. Recibí mi licenciatura (1987) en Ruso en la Universidad de Texas en Austin, donde también obtuve mi maestría (1990) y doctorado (1994), ambos en Literatura Comparada. Mi especialidad fue literatura rusa y latinoamericana, enfatizando los procesos de transición revolucionaria. Desde 1994, enseño en la Universidad de Massachusetts Amherst, donde soy profesor asociado y director del Programa de Español y Portugués del Departamento de Lenguas, Literaturas y Culturas. También he enseñado como profesor visitante en MIT. He publicado un libro sobre José Vasconcelos y artículos sobre Vasconcelos, José Revueltas y José Emilio Pacheco, entre otros. Aunque tengo muchos huecos, creo que tengo cierto conocimiento de la historia y la cultura de Irán, pues desde que llegué de México a los EE.UU., en 1986, he desarrollado una fuerte amistad con muchos iraníes. Me ha interesado mucho su mundo y he tratado de estudiar su historia, y la de la civilización islámica. En cuanto a la literatura, creo que conozco mucho menos de lo que debería conocer, pero puedo afirmar que tengo cierta familiaridad muy general con ella. He leído partes de las 1001 noches – en su mayoría en ediciones infantiles conocidas por muchos niños mexicanos y norteamericanos, y también he leído partes de la traducción completa. Aunque escrito en árabe, está claro que el libro contiene mucho de la tradición persa – desde el nombre del rey, Shahriar. Con mi hija, he leído una edición infantil de las siete princesas (haftpaykar) de Nezami que, aunque muy diferente, continúa con muchas de las formas narrativas y temáticas de las 1001 noches. He leído o escuchado también fragmentos del Shahnameh, y disfruto mucho cuando veo sus imágenes en miniaturas. Conozco también, de manera muy general, un poco de la obra de Jayam, Hafez, Molana. De épocas más recientes, he leído El búho ciego de Hedayat, y en algún momento tomé un curso sobre Ahmed Kasraví, donde aprendí de su momento histórico y leí el ensayo de Jalal al Ahmad, Gharbzadeguí. Siento que conozco más que el lector medio mexicano o norteamericano sobre literatura persa, pero soy consciente de que lo que conozco es sólo una ínfima selección de lo existente. Sé que hay mucho por conocer que no conozco, pero creo también que he llegado a adquirir un conocimiento general y un verdadero cariño por el pueblo iraní, su historia y cultura. El haber tenido la oportunidad de venir a Irán, en dos ocasiones, me ha abierto muchas más puertas. Ha contestado a algunos de mis interrogantes, pero ha abierto muchísimos más. Me ha hecho constatar también algo que he considerado como cierto desde mediados de los años ochenta, cuando comencé a interactuar con iraníes: hay una verdadera afinidad entre el pueblo iraní y el mío, el mexicano. Existen grandes semejanzas también entre Teherán – donde he pasado la mayor parte de mi tiempo – y la Ciudad de México (que, por cierto, he notado que en persa utilizan la terminología inglesa de “Mexico City” y no “ShahrMexico”), mi ciudad de origen y una megalópolis de cerca de 20 millones de habitantes. Aunque definitivamente existen una serie de paralelos históricos, lo primero que uno nota es la semejanza en la cortesía y hospitalidad de ambos pueblos. Una breve estancia en Irán, sin embargo, muestra la manera en que los iraníes nos sobrepasan en ellas. El simple hecho de que tienen decenas de términos de agradecimiento y solicitud, mientras que nosotros tenemos unos cuantos: para gracias, por ejemplo, o muy agradecido, en persa contamos con merci, moteshakeram, jeilimamnunam, lotfdarid, etc., etc. A pesar del ajetreo diario de la vida en una ciudad tan poblada, todavía hay tiempo para la amabilidad. La gente que he conocido en este país me ha hecho sentir como en casa y siento que tenemos mucho en común los mexicanos y los iraníes, al comunicarnos los unos con los otros. Hay que notar también que Irán y México (como todo país de sus dimensiones) tienen una gran variedad regional, haciendo de ellos una multiplicidad de mundos. Como en México, a pesar de la unidad nacional, hay diferencias locales en los diversos espacios geográficos. Diferencias en el habla, la indumentaria, la dieta y las artesanías. Como mi país, Irán es un mosaico, y no sólo de estas variaciones locales: Irán, como observa Néstor García Canclini sobre América Latina, es un espacio de muchas temporalidades. Coinciden en un mismo espacio, o muy cercanas, manifestaciones de hypermodernidad – el hecho que todo estudiante está conectado a la red desde su teléfono, como un casi trivial ejemplo –, coincidiendo con tecnologías y actitudes muy antiguas, como el manejo tradicional de las aguas o la relación cotidiana con Hafez. Coinciden en el bazar las computadoras portátiles con la tradicional venta de verduras u oro. En un mismo espacio coinciden botellitas de agua Nestlé, con su slogan de PureLife escrito en inglés y fonéticamente en persa, con platillos, frutas, y dulces tradicionales. Me recuerda a la aglomeración de comercio y gente de la Ciudad de México. Esto nos trae problemas de tráfico y contaminación similares a los de Teherán. El tráfico en Teherán, sin embargo, me parece mucho más feroz que el mexicano. Estoy acostumbrado a la velocidad de una ciudad moderna, pero debo confesar que tardé una semana en atreverme a cruzar las calles de Teherán con cierta confianza, habiendo descubierto que el cruzarlas es una especie de coreografía o ballet, en la que el peatón debe coordinarse con otros peatones y vehículos. Un momento de duda es lo que puede causar el accidente. Y debo confesar que, a pesar de mi miedo inicial, me siento orgulloso de estar adquiriendo experiencia en este frente. Como en la Ciudad de México, la aglomeración también brinda oportunidades de encuentros y diálogo. Hay gente de todas partes, hay teatros, periódicos y revistas, músicos y vendedores en la calle. Me encantaba caminar por las calles de Teherán, de la Plaza Enghelab a la facultad. Me sentía guiado por la energía de una ciudad viva y activa. Por las tardes y noches disfrutaba caminando por la Plaza Enghelab, con sus librerías, cafés, tés y toda otra serie de pequeños comercios. Barrios como el de Enghelab, donde uno se puede perder por días viendo diferentes tiendas de libros, también existen en México, donde también hay un gran mercado de libros usados. Disfrutaba también de probar los jugos – de granada, durazno y una especie de ciruela que no puedo identificar precisamente en español –, probar los “antojitos” como el maíz mexicano, los betabeles cocidos y los dulces tradicionales. Entrar en la gran variedad de pequeñas tiendas locales de alimentos y otras necesidades, que creo llaman baghali, era como entrar a las misceláneas de la Ciudad de México. Aunque nuestras cocinas son muy diferentes, hay una gran semejanza entre nuestros países en cuanto a la variedad regional de platillos, y la gran sofisticación culinaria de muchos de ellos. Y así de México, los iraníes parecían conocer un par de platillos –los tacos y las enchiladas –, si acaso en América conocemos el chelo-kabob y una variedad limitada de la gran cocina iraní. Conocemos nada más la superficie, sin saber que hay muchísimo más. A veces, hay semejanzas sorprendentes. Hay, por ejemplo, platillos como el fesenjún (uno de mis favoritos) que tiene algo de parecido por su apariencia y complejidad con platos mexicanos, como el mole poblano. La variedad de dulces regionales, como gaz, pulaquí y faloudeh, me hacen recordar las variedades de mi país, con camotes, chongos, alegrías y muchísimos otros. A un nivel histórico, la historia documentada de Irán es mucho más antigua y continua que la mexicana, pero encuentro semejanzas en ciertas problemáticas y momentos. Ambos países gozan de un magnífico pasado del cual nos encontramos orgullosos. En siglos recientes, sin embargo, hemos sido empujados, manipulados por colonialismos y neocolonialismos. Ambos pueblos comparten ciertos hitos históricos al enfrentarse a éstos. Es interesante notar que en 1906, mientras los iraníes se levantaban en una revolución que llevaría a la formación del Majles y el eventual derrocamiento de los Qajar, en México los obreros de Cananea y Río Blanco se levantaban en huelga, como preludio de la Revolución de 1910-7, que derrocaría a Porfirio Díaz y llevaría a una nueva constitución. Asimismo, mientras en 1933 el régimen de Mosadegh era derrocado por un golpe de Estado apoyado por la CIA, en Guatemala ésta también apoyaba un golpe contra Jacobo Arbenz por osar nacionalizar la industria bananera. De manera más afirmativa, como Mosadegh, en México Lázaro Cárdenas –presidente durante el periodo 1934-40– nacionalizó la industria petrolera en un acto fundamental para la actual economía mexicana. Otra coincidencia histórica reciente es que en 1979 triunfan la revolución islámica en Irán y la sandinista en Nicaragua. Todas éstas pueden ser simplemente coincidencias temporales en coyunturas de otra manera muy distintas, pero parecen representar también una serie de preocupaciones y problemáticas compartidas por ambas regiones. Mi visita a Irán este año coincidió con el mes de Moharram, lo que me dio una oportunidad de conocer otra dimensión del pueblo y las tradiciones iraníes. Si en un momento pensé que ésta sería una experiencia muy distinta, el participar en los eventos, presenciar procesiones y taziés, almorzar en una mezquita cercana a Pasargadae durante Tasua, comer la comida y tomar el té repartidos en las calles, y poder entrar en la mezquita del Imam en Esfahan, en la misma noche de Achura, me introdujeron a una realidad nueva, pero familiar. En su combinación de tristeza y alegría, en su realización pública, como conmemoración religiosa de un pasado trágico, pero manifestación presente de identificación e interacción social, los eventos de esta semana me recordaron muchas veces las conmemoraciones de Semana Santa y Navidad en México y el mundo hispano. Las procesiones y el suplicio de los hombres lamentando la muerte del Imam Hussein evocaban en mí las procesiones de Semana Santa. También el tazié me recuerda las reenactuaciones de la Pasión de Jesucristo en sus últimos días o las pastorelas y posadas, representaciones teatrales o comunales del nacimiento de Cristo en Belén. A mi parecer, los días de Moharram están puntualizados por lamentaciones y tristeza, pero hay también cierta alegría popular. Se recuerda el martirio del Imam Hussein, pero también se recuerda con esperanza su mensaje. Al reunirse la gente en calles, mezquitas y plazas para comer, tomar té, conversar y compartir encuentros equivalentes en México, en momentos en los que la sociedad sale y comparte, lamenta el martirio, pero también afirma su vida en comunidad y sociedad. Durante mis primeros días en la Universidad, tuve la oportunidad de participar en una clase de la facultad de lenguas, dictada por un par de investigadoras mexicanas. Jamás me había imaginado que me encontraría con ellas en Teherán. Pertenecen a un grupo de tres, que están estudiando el papel de la literatura clásica en la vida diaria de los iraníes. En su clase, hablaban de la falta de conocimiento que se tiene en México sobre Irán. Sin embargo, también reportaron que una reciente y muy importante exhibición de arte iraní en el Museo Nacional de Antropología e Historia resultó ser un rotundo éxito. Fue la segunda más visitada exhibición en toda la historia de este museo, el más prestigioso del país. Muchos de los visitantes salían pidiendo más información sobre Irán, ¿cómo visitarlo? ¿Cómo obtener una visa? Poco se sabe en México, y para mis propias colegas, interesadas tanto en este país, es muy difícil simplemente estudiar persa, pues no se ofrece regularmente. Pero el hecho de que estén en Irán y que se estén estableciendo intercambios como el suyo y el de la exhibición muestra el potencial de nuestras relaciones. El interés existe, las afinidades son muchas. Me da mucho gusto constatar el hecho de que la Universidad de Teherán haya decidido apoyar los estudios del español, Latinoamérica y España. Los estudiantes muestran un auténtico interés por aprender la lengua y cultura de estas partes del mundo. Aplaudo los esfuerzos de los profesores, los cuales están montando muy buenos programas y fomentando visitas como la mía, la de mis colegas, y los recientes seminarios internacionales. Estos esfuerzos han ayudado a que personas, como mis colegas y yo, aprendamos más sobre Irán y llevemos nuestro conocimiento a nuestras instituciones. Asimismo, nuestra presencia aquí proporciona a alumnos y profesores la oportunidad de conectarse más con nuestro mundo. Agradezco mucho a la Universidad de Teherán las oportunidades que me ha brindado para estar con ustedes, conocer este país y su pueblo, y espero, enshalah, que esta visita a Irán sea una de los muchos intercambios a establecer entre nuestros pueblos. | ||
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