Asia, en el año del dragón | ||
Asia, en el año del dragón
Segunda Parte La nueva estrategia de seguridad norteamericana se estaba aplicando, de hecho, antes de su formulación pública. Estados Unidos está reforzando y redefiniendo su despliegue militar en Asia y en la cuenca del océano Pacífico. En noviembre de 2011, Obama visitó Australia, donde firmó un acuerdo para el establecimiento de una base militar en Darwin, en el norte del país, con dos mil quinientos militares, al tiempo que ignoró las preguntas de la prensa sobre si el nuevo despliegue estaba orientado a la contención de China, como parece evidente.
Sin embargo, pese al silencio de Obama ante los periodistas, la diplomacia norteamericana no ha perdido oportunidad para insistir ante los países del sudeste asiático que su presencia militar es el mejor contrapeso al nuevo poder chino. De esa forma, el reforzamiento del rosario de bases militares y puntos de apoyo alrededor de China se convierte para Estados Unidos en la prioridad de toda su política exterior. No hay que olvidar las bases que Estados Unidos cuenta en Japón y en Corea del Sur. En Japón, Washington está reorganizando sus fuerzas, desde Okinawa hasta Guam, la isla al oeste de las Filipinas, controlada por los norteamericanos, que es uno de los puntos militares más importantes del océano Pacífico. En Corea, Washington ha firmado un acuerdo para establecer nuevas unidades de combate en Pyeongtaek, una ciudad cercana a Seúl, y a poco más de trescientos kilómetros de la costa china de la península de Shāndōng. La nueva base concentrará a casi cuarenta y cinco mil militares norteamericanos. Otro paso es la negociación de Estados Unidos con Singapur para establecer buques de guerra en el país, en una zona de vital importancia para controlar las disputas en el mar de China Meridional. Al mismo tiempo, la nueva concepción de escudos antimisiles que también afecta a Asia implica, en la práctica, asegurarse la posibilidad de atacar antes que el hipotético enemigo.
Ante ello, Pekín se mueve, y las relaciones entre Japón, Corea del Sur y China están mejorando, como se puso de manifiesto en la reunión en Bali entre los tres países, donde el primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, agradeció la postura china ante el desastre de Fukushima. También el presidente surcoreano, Lee Myung-bak, pese a las diferencias que mantiene con China sobre Corea del Norte, mantuvo que los tres países han mejorado sus relaciones. China ha conseguido mantener sus lazos con Corea del Norte, Birmania y Paquistán, los ha mejorado con La India y Vietnam (pese a que mantienen diferencias sobre algunos territorios en disputa) y está tratando de consolidar sus relaciones con Japón y Corea del Sur, tratando por un lado de superar las diferencias históricas con Tokio (con la represión de Nanking, la feroz ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial y el asunto del santuario de Yasukuni, en primer plano). Además, China ha aumentado su colaboración con Laos, Tailandia y Birmania, para hacer más segura la zona y aumentar los flujos comerciales en la cuenca del río Mekong. En los flancos de La India, la situación es muy inestable. Las relaciones entre Paquistán y Estados Unidos han empeorado, a consecuencia de los bombardeos norteamericanos indiscriminados y la violación de la soberanía paquistaní, hasta el punto de que Washington ha suspendido la ayuda militar (ochocientos millones de dólares anuales) a Islamabad, y la nueva situación creada en Birmania, con la apertura parcial de la dictadura, está siendo rápidamente aprovechada por Washington con el intento de limitar la influencia china en el área.
Los yacimientos de petróleo y de gas del mar de China Meridional están en el centro de las disputas por la soberanía de las islas Spratly, que son reclamadas por China, Vietnam, Taiwán, y, parcialmente, por Malasia, Brunei y Filipinas. China y Vietnam tienen también diferencias por la soberanía de las islas Paracel, situadas al sur de Hainan y frente a la costa vietnamita. Pekín intenta fortalecer los mecanismos de la Declaración de Conducta en el mar de China Meridional (DOC, acuerdo suscrito en 2002 y que fue ratificado por la ASEAN y China en julio de 2011), para articular compromisos entre China y los países de la ASEAN. La cuestión fue abordada en la entrevista entre Obama y Wen Jiabao, en Bali, en noviembre de 2011. Washington pretende discutir las diferencias en un foro multilateral, asegurándose así su presencia e influencia, mientras China insiste en que las disputas deben ser tratadas bilateralmente entre los países implicados. Obama, que insistió ante Wen sobre la cotización del yuan, recibió del primer ministro chino la advertencia, discreta pero firme, de que Estados Unidos no debía involucrarse en las disputas del mar de la China Meridional. La cuestión no es menor: por la zona transita más de la tercera parte del comercio marítimo mundial. China ha organizado encuentros con los países de la ASEAN para asegurar la cooperación en la zona y la solución de los problemas, encuentros que fueron contestadas por Estados Unidos con la organización de otras reuniones en Washington con los países de la zona para no verse excluido de las negociaciones… pese a que es el único país que no es ribereño del mar de la China Meridional.
La alarma encendida por Estados Unidos sobre el mar de China Meridional persigue el rearme del Ejército filipino, con magníficos contratos potenciales para las empresas norteamericanas, y la prolongación del acuerdo militar firmado por Manila y Washington en 1999. Regularmente, Estados Unidos organiza pruebas militares en la zona, en colaboración con otros países, y realiza labores de vigilancia en la proximidad de las aguas jurisdiccionales chinas. Los puntos más importantes de fricción (a veces, soterrada; a veces, abierta) son Corea del Norte, la fachada rusa del Pacífico, Taiwán y el mar de China Meridional, Birmania (donde el escenario está cambiando, y cobra sentido la visita de Clinton), y Vietnam (donde Estados Unidos está estimulando los recelos hacia China). Washington quiere asegurarse el control de la plataforma marítima situada entre el Índico y el Pacífico, con la seguridad del transporte bajo su dominio, y mantener abiertas las rutas marítimas (aunque Estados Unidos contempla la posibilidad de interrumpirlas para ahogar el comercio exterior chino, siempre en caso de conflicto frontal). Globalmente, China ha aumentado su influencia en Asia, sobre bases económicas, aunque su presencia política y diplomática es cada día mayor, mientras que Estados Unidos ha visto debilitarse las bases de su poder en el continente. Por eso, la nueva estrategia de seguridad nacional norteamericana pone el acento en la contención de China, en el reforzamiento de su alianza con Japón, Corea del Sur, Taiwán e, hipotéticamente, en la aportación de La India e Indonesia a su estrategia, y en su retaguardia en Australia. Filipinas y Tailandia, son también aliados norteamericanos. De forma significativa, mientras Washington redefine su presencia militar en Asia y en el mundo, Pekín apuesta por la paz internacional: un hecho relevante de esa política es que China se ha convertido en el país que más fuerzas de paz (“cascos azules”) aporta a la ONU en diferentes escenarios de crisis, hecho que contrasta con el despliegue militar norteamericano en todos los continentes.
Todos los focos encendidos en Washington han ido apuntando a China, a veces, por países interpuestos. En octubre pasado, Robert S. Mueller, director del FBI, señalaba a China, Rusia e Irán como las principales amenazas para la seguridad cibernética de Estados Unidos. Mueller lanzó duras palabras ante los comités del Congreso y del Senado norteamericanos: afirmó que Pekín y Moscú no sólo eran una fuente de inseguridad en Internet, sino que eran los países que “perturbaban” la seguridad del mundo: China fue el centro de su diatriba. Hay que recordar que Mueller, nombrado y mantenido en su puesto por Bush durante ocho años, fue confirmado por Obama. Esa política norteamericana está llevando a Estados Unidos a provocar conflictos y disturbios en diferentes puntos de Asia, y los peligros potenciales que conlleva la concentración de fuerza militar en el Golfo Pérsico, en el mar de China Meridional, y en el mar Amarillo, son prueba de ello. En su artículo en Foreign Policy, Hillary Clinton, confundiendo sus deseos con la realidad, aseguraba que Asia “está ávida por reconocer el liderazgo norteamericano” y, desmintiendo la experiencia histórica, afirmaba que su país tenía “un largo historial de defensa del bien común”. Clinton, que definía el objetivo de la nueva política norteamericana (“mantener el liderazgo mundial de Estados Unidos”), acertaba en un vaticinio: que el futuro de su país está ligado al futuro de la gran región de Asia-Pacífico. Ese empeño lleva al enfrentamiento con Pekín, aunque la debilidad de la economía norteamericana, forzando a reducir el presupuesto exterior y su gasto militar, contradice la ambición manifestada por Washington. Para China, estructuras como las conversaciones a seis bandas, sobre la cuestión coreana; la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) desempeñan una función central en la seguridad asiática, junto al desarrollo económico y al reforzamiento de los intereses comunes, por lo que examina con preocupación el giro de la política norteamericana, algo que preocupa también a Moscú. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, manifestó a finales de 2011 su inquietud por las constantes violaciones del Derecho Internacional que Estados Unidos lleva a cabo, y China ha condenado la imposición de sanciones unilaterales norteamericanas a Irán, aunque, en virtud de la no proliferación, se opone a que Teherán consiga armas nucleares. Pekín y Moscú están de acuerdo en evitar a toda costa una situación que degenere en una guerra global, pero las líneas rojas que trazan son violadas con frecuencia por la agresiva política occidental, cuya grave situación económica podría superarse con una guerra: las deudas globales desaparecerían por la inflación, y el rearme y la reconstrucción posbélica aseguraría un escenario nuevo sin las servidumbres actuales.
Moscú y Pekín constatan cómo Estados Unidos se ha acostumbrado a encender alarmas de supuestas crisis humanitarias, peligros terroristas, atropellos a los derechos humanos, campañas de defensa de la democracia… como un útil mecanismo encubierto para intervenir en los asuntos internos de otros países, incluso a través de la fuerza, despreciando los organismos de la ONU, interpretando abusivamente sus resoluciones, y violando el derecho internacional, como ha ocurrido en Irak o Libia, entre otros países. El nuevo despliegue norteamericano en el Golfo Pérsico, el acoso a Irán, y la temeraria política israelí complican el escenario asiático, donde las tensiones pueden aumentar porque Estados Unidos no ha renunciado a intervenir en los asuntos internos chinos, en Tíbet, Xinkiang o Taiwán, por no hablar de las presiones hacia su economía.
Mientras aumenta la pobreza en el mundo capitalista desarrollado, y los riesgos ecológicos del planeta han pasado a un segundo plano, mientras se reducen los salarios de los trabajadores en Europa y Estados Unidos, y los derechos sociales menguan, los países occidentales enfrentan un futuro difícil, donde todo parece dirigirse hacia Asia y la cuenca del océano Pacífico. Al tiempo que la Unión Europea recorre el incierto camino de la división interna, sin proyectos de futuro, Rusia pugna por reconstruir su estatuto de gran potencia, y China quiere crear un marco estable que asegure su desarrollo, Estados Unidos, inaugurando su nueva política en el año del dragón, están dispuestos a utilizar toda su fuerza, que no hay que desdeñar, para contener a China. La tragedia para Washington es que, pese a los cambios de su estrategia, no podrá contener el fortalecimiento chino. | ||
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